El binomio Madrid-Barcelona, es la metáfora perfecta para ejemplificar la relación que tenemos arquitectos e ingenieros. Sinónimo de rivalidad o competencia también viene de la mano de conceptos como colaboración y trabajo en equipo.
En mi experiencia personal, la primera polémica que recuerdo, fue en un ambiente no profesional, donde varios amigos ingenieros comentaban: “Bueno, tampoco tendrá que ser tan complicado colocar un par de muebles y escoger los colores de las paredes”
Fruto de mi espíritu contestatario, argumenté en contra de su aseveración. Aunque obviamente, la conversación estaba escrita antes de pronunciarse siendo yo, minoría en número, experiencia y edad.
Desde ese primer contacto con el pensamiento ingenieril, vinieron muchas más ocasiones en las que la risita irónica de algún ingeniero hizo erizar mi piel. Probablemente una de las más embarazosas, ocurrió en mi primera dirección de obra. El proyecto era una escuela de idiomas, donde la planta baja del solar se saturaba con el programa público liberando únicamente una retícula preestablecida de patios. Durante una de las visitas de obra, horas antes de hormigonar, nos dimos cuenta que uno de los pilares estaba desplazado un metro en ambos sentidos. El ingeniero eléctrico, intentando ganarse unos puntos con la constructora proponía:
“Hombre Nuria, no crees que se puede adaptar un poco el diseño de la planta baja para que cuadre con el pilar? No vamos a hacer al pobre señor Manuel desmontar todo el armado”
Inicialmente pensé que estaba bromeando pero su cara de expectación borró cualquier rastro de duda. El pilar se ubicó en su posición original, tal y como estaba en el proyecto y durante una de las últimas visitas de obra el ingeniero me confesaba. “Nuria, imagínate si no hubiéramos movido el pilar. Me alegro de que tomásemos esa decisión.”
De su comentario destacaría dos cosas; en primer lugar la facilidad con la que utilizamos la segunda persona del plural para otorgarnos la propiedad de actos de los que no somos responsables y en segundo, la lucha que tenemos los arquitectos por convencer a cliente y colaboradores de que nuestras ideas están basadas en dar solución a varios requerimientos programáticos pero también estéticos y técnicos desde una visión global.
Recordando estas experiencias como anécdotas divertidas del pasado, en la actualidad colaboro con infinidad de profesionales que me han ayudado a elevar los proyectos a través del diseño de estructuras e instalaciones. La experiencia más memorable es un proyecto para un museo de Ciencia y Tecnología, sin duda el más complejo que he desarrollado. El museo contaba con diversas fuentes de energía, que permitían al visitante ver en tiempo real la energía que se producía y gastaba. En este proyecto, las reuniones de trabajo eran master clases, enriqueciéndose con las aportaciones de cada uno de los miembros del equipo. Los esfuerzos comunes permitieron conseguir que el proyecto fuera ejemplar en tipo, forma y diseño innovador.
Huyendo de convencionalismos que promueven la rivalidad; fomentar una colaboración multidisciplinar basada en el intercambio de conocimiento y sinergias en los procesos de diseño genera proyectos más variados y esencialmente la excelencia como resultado del proceso.
Al fin y al cabo, por qué decidir entre la Gran Vía o Las Ramblas, La Sierra de Guarrama o la Playa de la Barceloneta, la Latina o el Born, si puedes disfrutar de todo ello y enriquecer tu vida al mismo tiempo.
*Publicado en Fundación Arquia